lunes, 19 de abril de 2010

¿QUÉ ES EL CÁNCER?   

1.-Introducción. Es un término rodeado de oscuridad y de información muy comúnmente errada. La actitud de la población en relación a este tema, especialmente entre los supuestamente “sanos”, pasa de la indiferencia al terror casi sin solución de continuidad y condiciona respuestas aberrantes, maliciosas, descalificantes, temerarias, inoperantes y hasta productoras de segregación. El área de prevención es una de las más afectadas y las conductas necesarias para el sostén de la salud suelen ser postergadas o sencillamente olvidadas, con lo que la explosiva relación morbosa causa-efecto no se impacta en lo más mínimo, por el contrario hasta puede verse estimulada. La concientización de la población es entonces una prioridad y la educación para la salud debe ser una política de estado de cualquier comunidad moderna que pretenda una calidad de vida acorde a la altura de los tiempos. Nuestro aporte a esta cuestión seguro será modesto pero, impregnado por las mejores intenciones, pretende desmitificar muchas cuestiones conceptuales y aportar información de sólida raigambre científica para que cada uno decida con libertad y claro conocimiento sobre lo que más conviene a su persona.      



2.- Mecanismos de producción del Cáncer. Hay consenso internacional en que la producción del cáncer, si bien sólo parcialmente entendida, está condicionada por una aberración en el programa de vida (es decir también de muerte) de una línea o familia celular que desarrolla una reproducción anárquica y una dramática disminución del porcentual de muerte de esa colonia celular. Esto trae aparejado un incremento crítico en el número de células capaces de producir metabolismo (equivalente a interactuar con el medio) con modificaciones cada vez más notables de esta relación y, ante la inestabilidad general, se produce una tendencia a la migración por el sistema que encuentren más idóneo, uno de los más utilizados en ese caso es el flujo sanguíneo con colonización (metástasis) en algún área más ó menos distanciada en la que aparezcan condiciones favorables, para repetir nuevamente este proceso. Esta extraña relación entre el huésped (el tumor) y su hospedero (el paciente) se mantiene durante un tiempo más ó menos largo –según la mecánica, naturaleza, velocidad y factibilidad del proceso y la capacidad de tolerancia, adaptación y respuesta del huésped- hasta que haya una imposibilidad absoluta para que esta relación sea compatible con la vida de ambos, produciéndose entonces la muerte compartida. Una vez comprendido este proceso es crucial determinar cuáles son las tácticas y estrategias a nuestro alcance para prevenirlo antes de su aparición o destruirlo una vez establecido.



3.- ¿Qué hacer para evitar este proceso?



Éste es el tema capital de una muy importante área que se denomina "prevención". En esencia ¿cuáles son las actitudes y conductas más adecuadas para evitar este proceso morboso?No hay manera lógica de responder a esta cuestión sin dilucidar antes cuál es la causa última del cáncer, proceso que a la altura de los conocimientos actuales está aún muy incompletamente entendido. Por esta razón sólo pueden darse nociones generales que adolecen de cierta imprecisión, pero no por eso son menos válidas desde el punto de vista científico.


3, a.- Mecanismos comúnmente aceptados como causales de cáncer: algunas mayores precisiones científicas para justificar las conductas de prevención. Hay consenso de que este proceso patológico es consecutivo a una alteración (desregulación) del proceso reproductivo celular especialmente en un momento crítico (check point): el envejecimiento de la propia célula y su consecuencia final el mecanismo proyectado de su muerte (apoptosis). A lo largo de toda la vida de las sucesivas progenies celulares hay alteraciones en el mecanismo de la reproducción (mitosis) que, como debe ser mantenido fielmente, es supervisado y corregido por distintos enclaves genéticos que evitan las distorsiones consecutivas. Sin embargo, con el correr de las generaciones celulares las células hijas, que no son potencialmente inmortales, entran en proceso de envejecimiento y disminuyen su capacidad reproductiva, siendo seleccionadas progresivamente para su muerte final. En ese preciso instante, la acumulación de errores genéticos descripta puede alterar el mecanismo de muerte, potenciar una forma aberrante de vida y condicionar una reproducción independiente de los mecanismos de control establecidos. Alcanzado un nivel crítico de autonomía el proceso se vuelve más anárquico aún, escapa a todo posible control y aniquilación, estableciéndose la enfermedad "cáncer" que admite las distintas manifestaciones clínicas bien conocidas por el médico.Este proceso tiene, entonces, una causa en sus propios mecanismos de vida y muerte, según lo ya descripto. Pero hay circunstancias exógenas que pueden impactar en estos proyectos biológicos y es ahí donde es posible obtener importantes resultados.



3, b.- Mecanismos exógenos capaces de operar a favor ó en contra de la vida humana. Casi infinitos son los agentes físicos y químicos a los que estamos expuestos permanentemente y existe entre ellos y nuestro cuerpo una interrrelación virtuosa o no que sólo acaba con la muerte. Un análisis pormenorizado y una evaluación crítica de todos ellos nos permitirá establecer pautas sólidas y válidas de conducta.El proceso anteriormente expuesto puede ser facilitado por dos mecanismos fundamentales, capaces de facilitar y acelerar el proceso deletéreo: la toxicidad y la infección y sobre ellos nos detendremos para examinarlos minuciosamente."Toxicidad" significa la agresión de nuestro organismo por agentes inertes (no vivos) que con su permanencia constante son capaces de alterar los mecanismos genéticos de protección y corrección de las aberraciones que azarosamente se producen durante el mecanismo de reproducción celular ó de impedir el bloqueo de los genes que estimulan (por encima de los óptimos requeridos) la capacidad reproductiva de una determinada familia celular."Infección" es la presencia agresiva para nuestro sistema inmune de agentes vivos (en general virus) que mediante su reproducción y acantonamiento intracelular tienen la posibilidad de destruir ingentes progenies celulares, modificando ciertamente su programa de vida y de muerte.



3, c.- Mecanismos endógenos capaces de operar a favor ó en contra de la vida humana. De la misma manera que en el organismo unicelular se producen mecanismos de distorsión del ritmo reproductivo como consecuencia del envejecimiento celular, en el organismo humano (de un notable nivel superior de complejidad) se aceleran los procesos de envejecimiento y en consecuencia aparecen disfunciones múltiples: las clásicas polipatologías de los viejos. Estas situaciones crean inestabilidades metabólicas múltiples que, en algún momento, son propicias para potenciar las distorsiones reproductivas celulares que ya hemos comentado. En un momento crítico de carencia de reparación del aparato genético, que promueve y modula la reproducción celular, una familia celular se autonomiza y en vez de iniciar su proceso de apoptosis se cree inmortal y se reproduce autonómica e incontroladamente: he aquí el cáncer. Obviamente la reproducción celular es un mecanismo imprescindible para conservar la vida, su modulación se cumple fielmente, pero las distorsiones que aparecen azarosamente o por error de los mecanismos genéticos son corregidas con eficiencia sorprendente y todas las progenies celulares cumplen con el ciclo vital para el que han sido programadas: su destino. El envejecimiento condiciona alteraciones cada vez más peligrosas y repetidas del delicado equilibrio mencionado y sus consecuencias ya han sido expuestas.




3,d.- ¿Cuál es la mejor conducta social para defendernos de este peligro? Ésta es la pregunta fundamental que termina haciéndose siempre al médico cuando plantea estos temas. La población sana desea saber como evitar esta situación que potencialmente puede llevarla a la muerte. Las respuestas son múltiples y es imprescindible que sean coherentes en su concepción y funcionalmente aptas para el fin solicitado. Algunas ya han sido esbozadas anteriormente, pero se desarrollarán en profundidad a continuación. Es necesario entender primero, que el mecanismo cuyo desarrollo pretendemos evitar no está completamente identificado y segundo, que el mensaje llega a una población altamente heterogénea con una multiplicidad de intereses, culturas y prejuicios que dificultan la comprensión de consignas claras y precisas. Éste probablemente sea el mayor obstáculo para que nuestro mensaje se haga carne en los destinatarios naturales. En verdad es un hecho que las denominadas conductas de riesgo se modificaron escasamente en los últimos dos lustros; por lo menos los estudios de campo, serios y confiables, no muestran modificaciones sustantivas.El punto clave es superar esta traba y para eso fundamentalmente hay que adecuar el mensaje y modificar concientizando la disposición cultural de los auditores, especialmente las poblaciones con mayor exposición al riesgo (los más pobres y los más jóvenes).A continuación es prioritario desarrollar un mensaje claro y fácilmente comprensible, estructurado con un vocabulario y un estilo que sean familiares a quienes lo recibirán, con información actualizada y absolutamente confiable, comprometida sólo con la verdad; demostrando seriamente que no involucra concesiones demagógicas ni compromisos económicos que puedan afectar la objetividad de lo que se transmite.Hasta aquí el planteo es muy claro y posible de concretar. ¿Por qué no tiene el éxito esperado?El problema es en extremo complejo y su no resolución admite múltiples causas que sólo podemos esbozar aquí. 1.- Una sociedad que no hace un culto de la vida dificilmente pueda convencer a los más frágiles de que vale la pena estar sanos y vivos, con alegría y capacidad creativa. 2.- Una sociedad que no ampara como se debe (sin segundo interés) a los más necesitados no conseguirá elaborar un mensaje coherente y creíble entre sus auditores. 3.- Una sociedad en la que no prospera la solidaridad con auténticos fines promocionales humanos condena inevitablemente su mensaje al fracaso. 4.- Una sociedad en la que la alegría y el optimismo no son la clave de la vida es poco probable que consiga conductas sanas entre sus miembros. 5.- Una sociedad en la que los valores del ejemplo estén siempre contrastados por la mentira dominante podrá muy escasamente influir sobre los menos fuertes de entre sus miembros.


Una sociedad que no haga un culto del esfuerzo laborioso, de la perseverancia en la capacitación y de los deseos de progreso de todos sus ciudadanos está destinada al fracaso.En apretada síntesis éstas son las razones por las que un mensaje, elaborado con inteligencia y comunicado con fuerza, cae en saco roto.Consideraciones detalladas de estas ideas han sido muy bien desarrolladas por prestigiosos pensadores y no es nuestro propósito enmendarles la plana. Pero pretendemos que todo esto valga al menos como una angustiosa expresión de deseos.




3, e.- ¿Cuál es la mejor conducta personal para defendernos de este peligro? Si hay acuerdo sobre lo expresado en todo lo anterior de esta ponencia, cabe explicitar con más detalle lo correspondiente al ámbito personal, hijo dilecto de la divina libertad individual, motorizada por una reflexión crítica de la situación que en este momento transcurre nuestra sociedad.El aspecto primero y fundamental es hacer un culto de la vida. La vida es agradable, placentera y eficaz; merece ser vivida, seguramente en el sentido hedonista más auténtico y original de ese término: en una inmanencia ataráxica que nos acerque tanto como sea posible a la felicidad que de este mundo se puede obtener, con solidaridad humana y sin dañar al prójimo. Éste es el concepto fundamental que implica todo lo que ulteriormente digamos. En nuestro mundo hay una tendencia nefasta a agotar rápidamente los recursos de que el organismo humano dispone como capital irrecuperable e insustituible. Una pulsión de muerte parece envenenar con su tensión tanática las pautas de conducta de nuestros semejantes, especialmente los más jóvenes. No es necesario ir muy lejos ni investigar con demasiada profundidad las actitudes y formas de vida de quienes nos rodean: el desprecio y el desenfreno en relación a la propia existencia surgen por todas partes.En consecuencia, lo inicial y definitorio es querer y respetar la propia vida, cultivarla y desarrollarla con cariño y dedicación; es decir darle una significación de trascendencia y valor incomparables.Ésta es la fundamentación teórica, al menos el paradigma que propiciamos para nosotros y nuestros semejantes. A partir de aquí podemos considerar los elementos técnicos.En primer lugar, evitar el contacto con cualquier agente o circunstancia que pueda alterar el ritmo normal de nuestro devenir biológico. Pensamos inicialmente en los múltiples agentes tóxicos que nos rodean cotidianamente, algunos podemos evitarlos -depende de nuestra decisión personal- y de otros solamente podremos paliar sus efectos -también está en nosotros intentarlo-. - Los tóxicos nutricionales, respiratorios y de contacto pueden afectarnos de muy distinto modo y es primordial conocerlos y detectar su modo de acción.No es el propósito de esta presentación hacer un análisis pormenorizado y técnico de los principales tóxicos que consumimos, sin que nadie nos obligue, y que comprometen nuestra vida; pero sí elaborar una suscinta lista de ellos:- El tabaco es el más conocido y uno de los más rebeldes a su erradicación. No es necesario insistir acerca de su rol protagónico en el cáncer de pulmón y de vejiga, ni tampoco de su participación primordial en graves enfermedades cardiovasculares y pulmonares no tumorales. La razón por la cual el tabaquismo es un hábito tan arraigado en la sociedad moderna es una preocupación preponderante en el mundo occidental (al menos formalmente). Son innumerables los estudios realizados al respecto, los trabajos de campo y ensayos terapéuticos -orgánicos y/ó psicológicos- con resultados decepcionantes. Nuestro objetivo es alertar una vez más acerca de este "enemigo silencioso". En otra instancia haremos un estudio profundo y exhaustivo de este problema, hacia cuya solución pensamos que se ha transitado siempre por el camino errado. - La alimentación exagerada en lípidos aterogénicos (grasas de origen animal) es otro de los problemas que afectan a nuestra moderna sociedad (¿postindustrial?) y es motivo de una morbilidad y mortalidad inaceptables para los standard sanitarios actuales. Quizá en relación a los paradigmas estéticos que predominan en nuestros días (juventud, fuerza, belleza, ergo "delgadez") sea posible persuadir con más facilidad a mujeres de cualquier edad, jóvenes y hombres maduros pero con apetencia de bisoños para que corrijan sus hábitos alimentarios. De cualquier manera, es nuestro deber alertar sobre la incidencia alarmante que la ingestión indiscriminada de grasas poliinsaturadas tiene en el desarrollo del cáncer colónico. Las enfermedades cardiovasculares en relación a esta patología de la alimentación son muy conocidas y no creemos oportuno insistir al respecto. - El sedentarismo, tan propio de nuestra actual vida laboral, es un factor preponderante en el desarrollo del carcinoma colorrectal, tanto por razones anatómicas, como por la constipación que induce. Éste es otro tema que requerirá un apéndice ulterior. - La exposición inmoderada e impropia a los rayos solares es otro factor de particular gravedad sobre el que hay consenso científico internacional. Sin embargo el hábito no disminuye, sobre todo en tiempo de verano, constatado por el lamentable espectáculo de algunos veraneantes-bañistas que se exhiben en nuetras playas como si hubieran estado expuestos a una verdadera explosión nuclear; en consecuencia los tumores malignos de piel -melanoma incluído- producen verdaderos estragos especialmente en nuestra población joven. - El alcoholismo es una toxicidad que la opinión pública rara vez vincula con el cáncer, por lo que merece alguna consideración más detallada. Este hábito tiene mucha más difusión que la habitualmente supuesta, especialmente en capas cada vez más jóvenes de nuestra población. El alcohol es metabolizado en primera instancia por el hígado, a través de procesos de alto nivel de complejidad y gran consumo de energía, los que repetidos, ante la ingesta sostenida del alcohol, pueden inducir fallas estructurales en el hígado, originando un proceso que se inicia con el hígado graso, luego la hepatitis alcohólica, posteriormente la cirrosis y termina el proceso con el hepatoma (tumor primario de la célula hepática). Obviamente se necesita un tiempo suficiente y una exposición crítica al tóxico. Estos cuadros se veían hace dos o tres décadas en individuos estragados por el alcoholismo, la consecuente desnutrición y las enfermedades infecciosas oportunistas desarrolladas; sin embargo en la actualidad son más frecuentes y en edades más precoces, consecuencia del comienzo cada vez más temprano del hábito alcohólico y en cantidades realmente sorprendentes para los standards conocidos de quienes ya peinamos abundantes canas. La crónica periodística es la confirmación diaria más elocuente de lo aquí expuesto y a ella remitimos a quien no convalide nuestra afirmación.



- La droga es tal vez el más grave problema que enfrenta el mundo moderno, especialmente por la difusión de tóxicos adictivos cada vez más baratos y más al alcance de adolescentes y aún niños. El deterioro producido en la totalidad del organismo por el conjunto de las drogas adictivas es tal que constituye la inocultable puerta de entrada para el desarrollo de múltiples patologías: infecciosas, metabólicas, neurológicas y -sin lugar a dudas- neoplásicas. Es imposible, dentro de los límites de estas modestas líneas, trazar un mapa integrador de las polipatologías asociadas con el consumo de psicotrópicos. Los resultados individuales y sociales son tan desastrosos que toda preocupación es poca y todas las medidad de rescate y prevención insuficientes.



- La promiscuidad, asociada a sorprendente falta de higiene personal y comunitaria, es el camino dorado para el desarrollo de numerosas enfermedades entre las cuales se manifiestan a través del SIDA infecciones de transmisión sexual y su consecuencia de neoplasias ulteriores (el carcinoma de cérvix uterino, cada vez más precoz y preocupantemente frecuente, es una muestra aterradora de esta amenaza) transformadas en verdaderas pandemias.La descripción no agota el tema, pero al menos pretende ser una voz de alarma serena y reflexiva acerca de tópicos de extrema gravedad que amenazan la salud y la vida de nuestra población. Hecho el diagnóstico plantear una terapéutica que, al menos, palie este ominoso cuadro es una tarea ciclópea.




4.- ¿Qué debe hacer la sociedad?


No es fácil dar una respuesta integral y convincente. Frente a un problema de la magnitud como la que estamos describiendo sólo caben políticas de estado. Esto significa: diagnóstico correcto y conductas activas destinadas a frenar el cáncer abarcando todas las facetas que su prisma patológico nos ofrece. Se trata de una disposición común discutida, consensuada y elaborada por toda la sociedad. Una característica debe ser fundacional: ha de mantenerse coherentemente en el tiempo, durante el plazo tan extendido como las circunstancias lo aconsejen y sometida a prolijas reevaluaciones periódicas, con aptitud para corregir el rumbo si la realidad lo impone. Es decir, debe haber un consenso social que habilite esta política, independientemente de cual sea la parcialidad que circunstancialmente ejerza el poder o esté en la oposición. En esta particular zona del área de salud, tanto como en cualquier otra del ámbito comunitario, sólo el gran acuerdo avalado por todos y sostenido como aspiración común no es susceptible de fraudes ó tergiversaciones mal intencionadas, fruto de riñas menores o de ridículas guerras feudales.

A modo de aporte a un debate que nuestra sociedad se debe sobre este tema puntual y sobre una política de salud pública en general, tenemos el propósito de proponer algunas ideas. Deseamos fervientemente que este debate enraizado en el diálogo respetuoso y constructivo sea la base para una acción común.

La mejor prevención contra la enfermedad es no permitir su aparición. También, valga la paradoja, es la segura y definitiva curación.

Este término -prevención- es de enunciación engañadoramente fácil, pero impone para su concreción prerequisitos de extrema complejidad: prevención se da la mano con cultura sanitaria, que no es nada más que un capítulo de cultura en su lata expresión y en su síntesis totalizadora. Es decir que para que el hombre entienda el mundo en el que está inmerso y pueda interactuar con él mejorándolo, requiere información, reflexión crítica y conversión de la conducta: lo que significa finalmente cultura. La experiencia nos demuestra en múltiples circunstancias que si previamente no se da ese proceso es muy improbable que la sociedad desarrolle acciones y conductas que tiendan a disminuir la incidencia de una determinada enfermedad, por más grave que ésta sea. Es decir la prevención no surje de una persecución punitiva, sino de una redimensión de la propia escala de valores, de un conocimiento reflexivo de los riesgos que se corren y que pueden ser evitados y del desarrollo de objetivos vitales, optimistas y creativamente alegres para nuestra vida y la de todos los que nos rodean.

Se entiende entonces que toda prevención de la salud y la vida solamente surge del convencimiento y la libertad de decisión: el tan mítico libre albedrío. Si estas condiciones se cumplen en un primer momento, luego se podrá entender racionalmente y aceptar como una verdad encarnada que los conocimientos que la ciencia experimental nos ofrece están a nuestra disposición y podemos hacer uso de ellos en beneficio de la vida y la salud humanas. Es decir, en última instancia el proceso comienza por ser esencialmente educativo. A partir de aquí, la prevención transita un terreno insólito y es en él donde primero debemos habituarnos a actuar.


4, a.- ¿Por qué los mensajes de prevención de la salud son tan poco exitosos? La tarea prioritaria de prevención de la salud adolece de una buena y eficiente comunicación. Esta falla en la comprensión y en la llegada del mensaje se constata en el importante fracaso observado en la disminución de la incidencia de enfermedades que son auténticas catástrofes comunitarias, altamente relacionadas con los hábitos de la población más susceptible: el tabaquismo y el cáncer de pulmón, los pésimos hábitos sexuales y el SIDA (enfermedades venéreas de última generación).

Varias son las razones de este rotundo fracaso. Intentaremos una descripción previa iniciando la evaluación por el modo de comunicación del mensaje. ¿Cuáles son las características primordiales de los actualmente vigentes? - Son confusos: no se entiende con claridad y en pocas palabras (slogan) el concepto fundamental que se quiere transmitir.

- Son reiterativos y no enfatizan lo necesario para una adecuada e inmediata comprensión de la población “blanco”

- Están aislados del lenguaje y los valores que manejan los receptores ó asumen una simbiosis servil e insignificante con ellos, incrementando aún más la brecha que los separa.

- En su mayor parte carecen de valores humanos fundamentales, como el respeto a la dignidad de la vida y a la libertad en todas sus formas y circunstancias: valores inclaudicables e innegociables.

- Olvidan la más elemental consideración a la naturaleza, a la que la humanidad abusa impenitentemente, ignorando que es la madre protectora de toda la vida que se encuentra en nuestro planeta.

- En muchos casos, lamentablemente demasiados, el mensaje es sólo un pretexto para que se destaque el poderoso de turno; pero carece de la convicción profunda de un compromiso con la vida. Para quien es el supuesto destinatario de la comunicación esta falencia (demagogia vana) se hace evidente sin el menor esfuerzo.

- La preocupación ecológica (complemento del punto expresado anteriormente) es sólo una máscara trágica que ignora la depredación constante que nuestros propios gobernantes toleran sobre los propios recursos naturales. A esta altura de nuestra historia son tantos y tan graves los pecados acumulados por los humanos sobre la naturaleza y nuestros propios hermanos que su sola mención implica una condena ilevantable. Con estos antecedentes es muy poco probable que los mensajes promocionando la salud y protegiendo la vida sean mínimamente creídos por quienes los reciban y puedan obtener beneficio de ellos.



4, b.- Acerca de la responsabilidad en la autoría del mensaje.

Salvo opinión encontrada del sagaz lector que nos haya seguido hasta aquí, creemos haber elaborado un marco teórico de cumplimiento muy difícil para nuestra actual clase dirigente. Pero como las utopías son el objetivo más hermoso que pueden forjarse los hombres, cuando nos impulsan a hacer de este pequeño planeta un hogar más digno y confortable para todos, tenemos la sagrada esperanza de que valga la pena seguir remontando la cuesta. El mensaje debe surgir entonces del seno de la comunidad. Internet es el mejor ejemplo: en la Red no existen las decisiones autoritarias tomadas por un gobernante mesiánico, que se cree poco menos que el Mesías redivivo dispuesto de salvarnos (aún a pesar nuestro) de errores y carencias que sólo se superarán con la obediencia ciega y el cumplimiento reflejo de sus órdenes. La Red es por definición “horizontal” y con interconexiones tan imprevisibles como vastas que pueden sugerir, sin exagerar, la idea de infinito. Esas conexiones son casi imposibles de bloqueo y del diálogo que pueda crearse (fructífero y trascendente) es factible que surja el consenso realmente representativo de la opinión de una sociedad. En Internet es casi imposible la censura y cuando finalmente aparece es propia de los más herméticos, brutales y estériles totalitarismos. Es muy probable que estos regímenes sean cada vez menores y estén permanentemente radiados del mundo, al menos, un poco más racional. Las condiciones de cuál debe ser el diálogo y como se lo debe encarar parecen ser bastante claras. Ahora el paso siguiente es “saber qué decir”: cuáles son los valores que se quieren transmitir; ¿por qué hay grupos afectados por hábitos sensiblemente más cancerígenos que otros?; ¿saben realmente cuál es el riesgo que corren?; si no lo saben ¿por qué? ¿cómo educarlos?; si lo saben ¿por qué corren esos riesgos? ¿cómo evitar que se expongan? En definitiva, ¿cómo persuadirlos de que su presencia en este mundo es fundamental para el plan de la vida en la Tierra? ¿cómo aportarles la idea de que vale la pena luchar por una mayor cuota de felicidad y paz para nosotros y nuestros hijos? Estas preguntas y seguramente otras que aún no han sido explicitadas pretendemos contestarlas ahora.



4, c.- Acerca de la naturaleza profunda del mensaje y de la responsabilidad del emisor.

Sobre este tópico ya hemos hecho consideraciones preliminares antes. Corresponde ahora desarrollarlo en profundidad; para eso lo dividiremos en dos subcapítulos.


  4, c, 1.- El mensaje. No es poca la responsabilidad de quien elabora un mensaje sugiriendo que la vida es hermosa y que vale la pena ser vivida. No es gratuito sugerir que es un grave pecado contra la naturaleza y contra nosotros mismos atentar permanentemente contra la propia salud y contra el medio ambiente. Es un compromiso de vida y ese proyecto se materializa fundamentalmente con la conducta, luego recién con las palabras: como en todo acto vital primero se hace, se obra, luego recién se habla, se predica. Si los hechos no son un testimonio inclaudicable de nuestro discurso los dichos serán siempre recibidos con indiferencia y aún con desprecio. Otra de las claves está en este espinoso costado de la situación.

Acá se plantea un tema crucial que debe ser considerado con detenimiento. En el mundo actual y especialmente en nuestro país las pautas de socialización son alarmantemente bajas: ejemplos de carencia de elementales normas de convivencia y de falta de respeto por la cosa pública, de egoísmo desenfrenado y de indiferencia hacia circunstancias altamente riesgosas para la salud y la vida, en suma de insensatez ilimitada, son moneda demasiado corriente como para insistir en una descripción innecesaria. La palabra entonces es una mercadería muy desvalorizada, desconsiderada, aún ridiculizada: desgraciadamente el cinismo es mostrado con descaro y sin el menor pudor. Este fenómeno es lapidario y se hace muy difícil que nosotros, los viejos, podamos siquiera esbozar una explicación a la pregunta inquieta que nos formulan insistentemente los niños. En esencia éste es el terreno social y la realidad psicológica sobre la que se pretende fructificar el mensaje. ¡Cuidado entonces! Las palabras sobran, ó son descartadas por descartables, si no hay una conducta ejemplar y docente que la anteceda. Luego sí se debe hablar, pero en el marco de una conducta señalada por una  ética indeclinable, docente y maestra.


Quienes formamos parte del equipo de salud sabemos que nuestro quehacer se hace con un material de importancia crítica: la conservación de la vida y la preservación de la salud. En esta actividad no hay medias tintas, la vida y la salud, tanto como la libertad son valores no negociables; no hay relativismo posible que permita sacrificarlas (aún parcialmente) en pos de otros intereses; no dependen de la altura cultural de los tiempos, son valores que trascienden las edades históricas y que no debieron modificarse nunca desde el momento en que el hombre cobró conciencia de su naturaleza y de la dignidad de su vida y de la del prójimo, independientemente de cuán largo haya sido este proceso del “paso a la hominización”.


Ésta es la otra bisagra del problema: para preservar la salud y defender la vida hay que hacerse carne de su dignidad y respetarlas como el elemento sagrado que constituye la naturaleza del hombre. Ésta es la base y el fundamento desde el cual el autor del mensaje debe elaborarlo y sostenerlo contra viento y marea. Si no se conoce lo que se defiende es altamente improbable ser convincente y que de la boca del hombre salga la verdad para su hermano más necesitado. Alguna vez se ha dicho que el arte curar es un sacerdocio, aquí está el fundamento de esa tan olvidada definición.

Y ejercer este sacerdocio no es tarea para gente de corazón débil, sino de ánimo confortado en la adversidad y en los sinsabores de la lucha cotidiana enfrentando al sufrimiento y a la desazón, tanto como firmando permanentes pactos con la muerte. Vemos así entonces el rol y el perfil de la personalidad requerida para esta ímproba tarea.


4, c, 2.- El mensajero.-

Algunos temas naturalmente volverán a mencionarse, pero es necesario sin pecar de redundante analizar con mayor profundidad ciertos aspectos ya descriptos, pero no lo suficiente. En el apartado anterior expusimos nuestros conceptos sobre el mensaje. Ahora nos dedicaremos al mensajero.

Hay una primera diferenciación que parece esencial. Para nuestro tema la significación del vocablo no es la misma que en el lenguaje general: mensajero indica aquí a quien hace llegar el mensaje al destinatario, pero también es el responsable de la elaboración del discurso, de su sentido primigenio y del impacto que pueda causar en el receptor. Es decir hay responsabilidad civil, intelectual y espiritual en esta denodada faena. Las consecuencias de este quehacer serán indudablemente múltiples y los resultados muy variables con consecuencias imprevisibles en algunos casos.

He aquí una importante paradoja: mensajero y autor del texto son la misma persona. Esto significa que quien concibe la idea y la pone trabajosamente por escrito debe, además, cargar con la mochila de acercar su pensamiento (mensaje) a los presuntos destinatarios. Curioso y nada envidiable destino para un autor, definitiva exigencia a caminar por el desierto.

Lo anterior implica que la elaboración del mensaje y luego su difusión no pueden instrumentarse mediante procedimientos "asépticos", es decir que el "autor-emisor-mensajero" no está desconectado de la significación de su mensaje, ni tampoco de las conmsecuencias que puedan producirse en el receptor.

Antes que nada, seguramente lo más importante, no es el mensaje sino la conducta del mensajero: su ejemplo. Alguna vez se ha dicho que los seres humanos somos mudos, no hablamos por nuestras palabras sino por nuestros hechos. En el discurso todos somos arcángeles, es en nuestra conducta donde demostramos lo que realmente somos y hasta dónde estamos dispuestos a llegar en todos los órdenes de nuestra vida.

Tal vez el problema crucial radica aquí.

Si examinamos nuestro entorno y su devenir histórico en los últimos, digamos, cincuenta años encontraremos múltiples ejemplos de "ídolos caídos". Acá tenemos la excepcional experiencia de poder evaluar la conducta de numerosos notables, portadores de mensajes grandilocuentes, en ocasiones creíbles que se derrumban estrepitosamente, al salir a la luz claudicaciones morales que no pueden ocultarse indefinidamente en un mundo como el actual: cada vez más estrecho y poroso, como nunca se lo conoció en tiempos pretéritos. La documentación histórica y la experiencia de haber transitado el mismo tiempo con ellos nos da un ángulo de mira amplio y profundo al mismo tiempo. Esa es la causa, formal y conceptual, del descreimiento que atraviesa a toda nuestra sociedad, lamentablemente de preferencia a los más jóvenes quienes al instante se sienten defraudados. Obviamente no todo es tinieblas, no todo es desamor, pero la tónica general pega muy fuerte y destruye el entramado social, privándolo de su sustento mayor: la confianza.

¿Será  ésta la causa por la que el mensaje de salud y de vida cae casi infaliblemente en saco roto?

Queda solamente planteado el problema. Esta modestas reflexiones carecen de relieve y de andadura propios como para esbozar una respuesta que, para ser trascendente, debe entroncarse en un pensamiento moral puro y definido. En lo que a al autor de estas líneas respecta, no se considera con más capacidad filosófica  que la que le permite este elemental  planteo de una cuestión que seguramente viene enmarañando la vida de muchas generaciones pretéritas. Hace ya muchos años se sostiene que el mensaje, más que el discurso en sí mismo, es el mensajero en su rostro con el que debe interpelar a aquéllos a quienes se acerca.

Pero no olvidemos tampoco que el mensajero es un ser humano: naturaleza caída.

La responsabilidad del emisor, también mensajero y testimonio, es superlativa; su rol no es fácil de desempeñar y las consecuencias que devengan de su conducta tendrán siempre mucha más repercusión que sus propias palabras. Siempre ha sido así y naturalmente en el delicado tema que nos ocupa no será diferente.

En esencia se debe transmitir un mensaje que enamore con la vida y que recate al hermano de las pulsiones de muerte. En resumen: primero debe convencernos que la vida es hermosa y que vale la pena de ser vivida para promover entre los hombres ideales trascendentes de libertad y solidaridad. Luego nos enseñará las técnicas para mejorar nuestra calidad de vida y para promover la salud. Así e simple, así de exigente.

Básicamente: con un programa de usura de la naturaleza y de desprecio a la vida, como se ve permanentemente, es poco probable que las generaciones jóvenes siquiera nos tomen en serio. Experiencia hay muy numerosa.


4, c, 3.- El Receptor.

Para  que este sistema cierre definitivamente es necesario considerar , por último, quién recibe el mensaje. El perfil de nuestro posible receptor es fundamental para adecuar nuestro mensaje y hacerlo lo más eficiente posible.

Las opciones al respecto no son muchas, aunque sí bien definidas. De este análisis final, sustentado sobre las bases descriptas en las secciones anteriores, debe surgir una estrategia comunicacional efectiva, seria y por sobre todo comprensiva para el marco referencial de quien lee estas líneas.

Las posibilidades que nos parecen más reales son:

El paciente

Toda esta abundante suma de datos que estamos manejando, junto con nuestras opiniones y consejos pueden haber caído bajo la mirada ansiosa, tal vez desasosegada y aún muy desconfiada de un paciente quien, en el azar de Internet dio con este texto, probablemente sin saber nada de nosotros, tal vez buscando con más o menos urgencia una segunda opinión o un mejor entendimiento de su problema. Ésta es una de las situaciones posibles más reales y a la cual nos vemos enfrentados muy frecuentemente. Es fundamental entonces que el médico, en su insustituible tarea de dar la información más exacta, comprensible y caritativa posible, haga que su mensaje no sólo se entienda, sino también se encarne en el paciente, quien en definitiva será el agente más importante del esquema terapéutico disponible.
Esta regla no admite excepciones, de no cumplirse estos requisitos el tratamiento carecerá de una personalidad sólida y convincente, en consecuencia la respuesta del paciente será aleatoria, indecisa e irregular por carecer de convicciones profundas con respecto al proceso que lo tiene como protagonista. La labor para el médico es compleja y por momentos muy ingrata, pero el puente que él construya hacia la intimidad de su paciente puede brindar resultados sorprendentes, en cuanto a calidad de vida y regularidad en el esfuerzo de la terapia.
No es tarea simple, ni liviana sentarse junto al paciente, mirarlo a los ojos y tomarle la mano para darle información, seguridad y sobre todo esperanza, contestar sus dudas, informarlo con la mayor exactitud posible, brindarle apoyo y contención, especialmente al recibir la información básica de su estado y contestarle con veracidad y calidez cuando pregunte sobre el futuro. Hacerle comprender que a su lado hay un ser humano que lo sostiene y se solidariza con él será el mejor éxito en ese momento.


La familia y el paciente.

El término más genérico podía ser "los allegados", "los convivientes", en otras palabras las personas que están unidas por los afectos y por una vida en común con el paciente, "los que lo quieren", los que están dispuestos a sufrir con él, los que están dispuestos a compartir su angustia ante el dolor y a regocijarse con él ante los éxitos aún parciales. Éste es un grupo humano poco considerado en la bibliografía general disponible. pero esencial en el acto terapéutico, por eso requiere una consideración muy especial y un muy atento cuidado para sostenerlo y darle fuerza en su papel tan delicado y sensible.
Volvemos entonces a algunos de los temas ya tratados previamente para darles forma definitiva en estas circunstancias:

1.- La enfermedad es siempre una segunda oportunidad. Esta experiencia es difícil de analizar, pero su comprensión es fundamental para recorrer un camino virtuoso, Es la circunstancia en la que nos enfrentamos ante el único espejo que nos devuelve la más auténtica imagen de nosotros mismos. ¿Por qué a mi? Esta pregunta en cierto momento clave se planteará con algún allegado y las respuestas suelen ir desde un genérico pero no menos contundente ¿y por qué no? hasta todas las variantes más o menos mágicas (trascendentes o inmanentes) que podamos imaginar. Dentro de ese vasto menú disponible se encuentra al camino correcto del bienestar psicológico y el confort espiritual que aspiramos brindar a nuestro paciente. Obviamente no hay respuestas prefijadas, sólo la intuición enmarcada en el amor  puede guiar nuestra actitud y potenciar nuestro aporte al diálogo generado en tan difíciles circunstancias. Cada día que amanece es el primero de una nueva vida, independientemente de cuan larga o reducida sea nuestra esperanza vital. Es probable que por aquí pase el meridiano de nuestro diálogo con el enfermo. Pero, ¿cual diálogo?
El marco referencial es sólo uno: la libertad. Primero de todo hay que dejar que el paciente se exprese, que hable con absoluta libertad, desordenadamente si le es necesario, mediante un torbellino de palabras si no tiene otra oportunidad, como pueda, como le salga del corazón y de las entrañas. Es la vida que pugna por conservar su presencia, es la conciencia que se niega a desaparecer. En ese momento el médico sólo debe callar, mirar y escuchar con la mayor atención, no perdiendo el menor detalle e interviniendo sólo si resulta imprescindible.
Cuando esta instancia se agote recién llega el momento en el que el terapeuta hará su aporte, dirá lo suyo, procurará guiar a su paciente en el sendero confuso en que se encuentra y, fundamentalmente le demostrará que no está solo,  que hay alguien que le demuestra "simpatía" es decir que "sufre con él". En esencia el rol del terapeuta en esta primera etapa es, en los hechos el de un testigo, y en el de la instrumentación de los sentimientos el de un hermano. Debe experimentar y transmitir, antes que nada cariño y sensibilidad hacia ese ser humano que, en ocasiones, sólo alcanza a decir: "estoy tan confundido". En esta queja, plañidera o no, retórica o no, si sabemos escucharla correctamente, se esconde la clave de nuestro éxito asistencial.

2.- El enfermo no es el centro el universo. Esta verdad de Perogrullo es el verdadero comienzo del éxito de nuestro apoyo existencial para lograr el objetivo final: la calidad de vida, cualquiera que sea la evolución orgánica de la enfermedad. Aprender cuál es la verdadera posición del hombre en el cosmos (o cómo se llame ó lo que sea) es el primer paso a la adultez; salir del enamoramiento narcisista e infantil que a muchos nos invade desde niños y que perdura por toda nuestra vida. Saber quiénes somos y qué representamos realmente en la vida es la pregunta para empezar. Nuestro paciente  recordará la respuesta clara a su pregunta "-¿por qué a mi?", si le contestamos con un contundente  "-¿y por qué no?" Si somos seres humanos finitos e imperfectos, destinados indefectiblemente a la muerte, reitero: "¿por qué no?" Realmente ¿alguna vez esperamos otra cosa? Y si esa otra cosa existiera ¿podríamos tolerarla? Seríamos capaces de repetir el pecado de Fausto. Tal vez los más humildemente humano sea pedirle al Señor que nos conceda la muerte en el tiempo y la forma que Él estime oportuno. Personalmente considero que es ilógico pensar en vida eterna en un mundo finito. La vida es movimiento y ese movimiento termina indefectiblemente (gracias a Dios) en la muerte.
No se trata de imponer esa idea, sí de proponerla y de sugerir que no es un mal camino de reflexión a los males que en este momento estamos padeciendo.
Pero además tenemos que considerar que por mucha "simpatía" que dispensemos a estos seres sufrientes que nos rodean (paciente y todos sus seres queridos)  la "vida" es una experiencia personal, irrenunciable e intransferible. Hay pues un tramo trascendente del camino, la travesía del desierto, que como nacer y morir sólo se concreta individualmente y en soledad.
Todo lo que hagamos entonces para asistirlos en tan escabroso sendero debe respetar la tristeza y el dolor de cada uno que son tan respetables como la alegría y el optimismo. El propósito es claro: acompañar sin obstruir el paso, aconsejar sin violentar la individualidad, estar dispuesto a dar un paso al costado si las circunstancias así lo aconsejan, ofrecer auténtica disponibilidad siempre. En resumen: dejar sufrir en paz.
La sabiduría reside en encontrar el matiz exacto entre la sobreprotección y el abandono, entre el "dejar hacer, dejar pasar" frente a pretender que los implicados piensen como nosotros y lo que es aún peor "sientan y sufran" como nosotros. Las vivencias son intransferibles y seguramente irrenunciables. A partir de esta concepción de la realidad nuestra intervención será probablemente muy útil. La tarea no es fácil, pero los seres humanos de corazón fuerte siempre estarán más cerce del éxito.
La fórmula final parece ser ésta: "asistir,  respetando el pleno ejercicio de la libertad".


2, 1.- La soledad del paciente. La idea de enfermedad remite inevitablemente a la sensación de soledad. ¿Es posible actuar sobre esta tan angustiosa percepción? ¿Hay alguna vía de acceso para mitigar al menos este dolor tan profundo y angustiante? ¿Existe alguna opción de sacar al paciente del ciénago de la angustia que no puede compartir con nadie? ¿Se puede calmar esta mezcla explosiva de dolor y desamparo?
Pues claro que sí. Definitivamente.
Pero algo debe quedar en claro desde el comienzo: no hay una terapia para este cuadro, no hay nada que pueda hacerse desde "afuera" para un paciente mero espectador de la intervención externa. Al paciente es imposible "sacarlo", debe "salir" por sus propios medios de esa situación; nuestra misión es ayudarlo y, si es posible, señalarle el camino, pero la salida es individualmente intransferible. Hay un muy viejo adagio que puede ayudarnos mucho: "si estamos perdidos en un laberinto, la única salida es por arriba".
Es decir, hay que procurar "entrar" en la intimidad del paciente y  persuadirlo de que entendemos su situación, que sufrimos con él (simpatía) pero que no somos él, que no somos su vicario, que no sufrimos "en lugar de él". Que le tendemos una mano fraterna para ayudarlo, pero que éste es un asunto que que debe vivirlo, experimentarlo y superarlo individualmente, no en soledad.
Obviamente, ésta es una creación personal: sufrir también es un arte, esencialmente humano, absolutamente irrenunciable. Yo no puedo descargar mi tristeza en otro, debo vivir lo mío con absoluta individualidad y sin poder transferirlo a nadie.
A partir de aquí surgen matices diferenciadores, primero del exterior (características objetivas de la enfermedad, condiciones del medio, contexto social) y luego de la personalidad del paciente (tantas como personas lleguen a nuestra consulta). Y es en estas áreas críticas donde podemos intervenir activamente para bien.
Lo primero es entender que para muchos pacientes un diagnóstico de cáncer es prácticamente sinónimo de muerte inminente. Golpe brutal en una personalidad que seguramente, antes del diagnóstico,  suponía tener una vida personal aún muy larga por delante. Aclarar este punto convincentemente es la tarea inicial.
Ya hemos analizado los aspectos técnicos de esta cuestión y una explicación puramente científica es probable que fracase. Ya se ha mencionado una respuesta escuchada en repetidas ocasiones: "doctor, no explique tanto, yo haré todo lo que usted me indique¨. La conclusión es obvia, el paciente espera otro enfoque de su problema que incluye sin duda  consuelo para su angustia, es decir paz en el corazón.
Ya también lo hemos expresado más arriba, desarrollando lo mejor posible las técnicas de aproximación al diálogo con nuestro paciente. Es probable que, en apariencia, todo eso fracase. Resulta paradójico, pero la solución de esta aproximación fallida tal vez está precisamente ahí.
Nuestro deber es estar presentes y hacer sentir al paciente nuestra presencia, pero en esencia tenemos que instarlo a que sufra solo, a que atraviese el desierto por sus propios medios, a que gane en madurez e independencia personal en lo que hace a su enfermedad y su angustia. Vivir el sufrimiento en plenitud, enfrentar los embates de la vida y la probabilidad de la muerte sosteniéndose básicamente en su propia individualidad, no siendo para los suyos una carga, sino un impulso de vida hacia adelante; un ejemplo de vitalidad, espíritu creativo, paz espiritual y hasta buen humor "Pasaré por este mundo una sola vez si hay alguna buena palabra que se espere de mí o una buena acción pendiente: diga yo esa palabra, haga yo esa obra y si el Señor es verdad que existe que lo tome en el haber de mi alma" Pensemos profundamente en este último párrafo. Estoy convencido de su perenne verdad. Seguramente ésta es la clave del problema.
Que el paso por el desierto deba ser transcurrido solo, no quiere decir en soledad; autónomamente no significa abandonado; en el uso exclusivo de sus facultades intelectuales y espirituales, no implica azarosamente. Los que lo asisten, todos, deben ser partícipes necesarios de su esfuerzo, pero no tracción obligada para que el paciente actúe como otros suponen que debe hacerlo. El paso es individual pero en un contexto humano que implica sociedad, vida en común. En una palabra autonomía y responsabilidad, vivencia privada, soledad y dolor pero en medio de otros que lo acompañan y lo asisten, aunque que nunca han de reemplazar su voluntad, sus deseos de vivir, sus proyectos de futuro.
En resumen y como conclusión:
- El enfrentamiento del dolor supone soledad, sólo yo puedo sufrir mi propio dolor; es un paso a la adultez, a la maduración de mi personalidad. Tramo penoso pero irreemplazable en el camino de la vida que el destino, o Dios, o quien sea  en que uno crea me ha impuesto (tal vez no sea nada más que la aleatorización ciega de mi código genético).
- Como sea,  la negación infantil de la realidad no hace más que empeorar las cosas: en nuestra vida mucho peor que saber es no saber.
- La enfermedad es siempre una segunda oportunidad. El día en que encarnemos esa realidad en nuestra mente y en nuestros sentimientos veremos con sorpresa que es el primer día de una nueva vida; ahí deberemos agregar calidad, ya que cantidad nos es imposible.
- En consecuencia: adelante, cada uno con sus convicciones y esperanzas. A vivir que cualquiera de notros, en este mismo momento y en la plenitud de su ser, debe sentirse el rey del mundo.
- Plenitud y coraje. Vitalidad, fuerza, optimismo. Confianza en Dios el que la tenga. Proyectos. Si éste es mi último día de vida, será para mí toda la vida". Como diría Sabina: "Que el fin del mundo me pille cantando" ó como diría Vargas Llosa "que la muerte sea para mí sólo una circunstancia". Recomiendo para terminar el inefable monólogo final de Sólos en la Madrugada, increíble creación de José Scristán: con los que tu quieras y como sea muchacho, pero tira pa´lante.


2, 2.- El síndrome del nido vacío.
"Que quiere que le diga doc, la muerte no es joda. Es un dolor de la puta que lo parió que a uno lo deja desarmado frente a la vida. Sin  presente, sin futuro, permanentemente acompañado de un desgarrante pasado. Mientras duró la enfermedad no me di cuenta de nada. Ahora tomo conciencia de que estoy irremediablemente sólo y abandonado en mi soledad que, en realidad, es desolación"
Ésta es la descripción de un viudo reciente, a  cuya mujer asistí durante los años que duró su enfermedad.
Dieciocho meses después al preguntarle cómo estaba me contestó: "mal, pero acostumbrado". Un año después de este último episodio, al reiterarle la misma pregunta me contestó, con una leve sonrisa: "bien, pero se me va a pasar enseguida"
Ésta es aproximadamente la evolución clásica de los casos con los que he convivido. Los psicólogos hacen una descripción parecida, pero con  una terminología exacta. ¿Cómo actuar entonces con el familiar para asistirlo en el transcurso de esta parábola?
Hay dos etapas muy netas y bien diferenciadas en este complejo proceso y que deben ser distinguidas con toda nitidez: una mientras el paciente está vivo y la otra luego de su fallecimiento, si es que desgraciadamente ocurre. El caso en que la enfermedad  se cronifique y el más esperanzador, el de la curación, serán motivo de un comentario al final de esta sección.


2, 2, 1.- Durante la enfermedad.

Mientras se convive con el paciente rige una notable hiperactividad. No hay tiempo para otra cosa más que para asistirlo. En absoluto hay tiempo para pensar, mucho menos en uno mismo, tampoco en prever las probables consecuencias futuras de lo que está pasando. Acercarle un vaso de agua con la medicación indicada completa nuestro plan de futuro. No cabe nada más en la cabeza ni en el corazón. La constante responsabilidad posterga el dolor y, en algunos casos, obnubila la razón.
No hay otra urgencia que no sea la asistencial, por momentos asume ritmo de vértigo y en algunas ocasiones agría el carácter del familiar que lo asiste. Es imprescindible que quien esté pasando por semejante situación, si tiene conciencia de esa realidad, tome un mínimo de distancia para entender la realidad que le toca vivir y procure corregir los errores que quizás está cometiendo. Lo peor que puede sucederle (y no es la excepción) es que se vuelva agresivo con el ser querido, estableciéndose un círculo vicioso de dolor, injusticia y remordimiento que se alargue indefinidamente en el tiempo, especialmente después de que todo acabe.

La dedicación es para el enfermo y no para quien lo asiste, pero el torbellino del dolor dificulta una nítida comprensión de la realidad que se debe vivir. Los sentimientos encontrados embotan el entendimiento y el agotamiento es el fin que termina por obnubilar la conciencia, El agotamiento y la rutina constreñidos en límites cada vez más estrechos y mal definidos.

Es ése un momento crítico en el cual la asistencia terapéutica se hace imprescindible, es difícil que el familiar lo comprenda cabalmente y en consecuencia que recurra a los medios idóneos para encontrar una salida razonable y beneficiosa para él y para su propio paciente. Como siempre terminamos en una verdad de Perogrullo: en nuestra sociedad moderna sobran especialistas que actúan independientemente y sin correlación alguna entre sus decisiones médicas respectivas y falta un clínico, generalista ó médico de familia, o como Dios quiera que se llame,  pero se nota espantosamente su ausencia. La de alguien que con sólidos conocimientos científicos consiga y sostenga una visión universal del problema, una comprensión totalizadora armónica y aconseje porque entiende el universo de dolor, angustia y soledad en que están envueltos el paciente y sus seres queridos, tanto como las polipatologías que caracterizan la evolución de un paciente neoplásico en etapa avanzada.


2, 2, 2.- Todo ha terminado.

Y como todo termina en este mundo, también se agota el período de enfermedad. Después de un proceso más o menos largo, más o menos sufriente, más o menos doloroso, más o menos desesperanzado un buen día nuestro paciente se muere. Y entonces, por primera vez se experimenta la noción del límite infranqueable, de la soledad irreversible, en una palabra de nuestra soledad por la falta del ser querido y de que ya nada podrá volver a ser como era, que la felicidad que teníamos -aún en los peores momentos- se ha esfumado para siempre. Estamos realmente solos, estamos solos acompañados únicamente por nuestro desgarrante dolor, presos de nuestro pasado y sin un futuro personal previsible.

Éste es el núcleo del problema en el que está inmerso el familiar del fallecido. Trabajar sobre esta línea es la clave para ayudar en profundidad, de modo tal que el sobreviviente pueda desarrollar nuevamente alas, pulir el cerebro y estimular el corazón.

Obviamente habrá tantas respuestas posibles como seres humanos hay sobre la tierra. Éste es un marco de acción muy distinto del mayoritariamente orgánico que desarrollamos habitualmente. Pero de alguna manera pueda ser, al menos al comienzo,  una tarea residual para el médico tratante. Luego habrá una derivación especial para las áreas psicológica y eventualmente espirituales, a quienes corresponde el debido seguimiento. De todas maneras es un problema psicológico y social de primera magnitud que no debe ser obviado por el sistema. Un análisis más detallado excede los límites de este trabajo.

Solamente queremos consignar que únicamente la solidaridad enmarcada en la misericordia conseguirá que el acompañamiento del familiar,  tan sólo y tan golpeado, consiga ponerlo nuevamente de pié para que su mirada se dirija nuevamente hacia arriba y hacia adelante, obteniendo un proyecto vital razonablemente exitoso.


5.- Previo al cierre final.

Antes del colofón de clausura corresponde retomar la respuesta a una pregunta que se nos hace frecuentemente: ¿realmente puede curarse un enfermo de cáncer? Ya fue desarrollado este tema con anterioridad; sin embargo creo que vale enfatizar sólo algunos puntos para darles mayor precisión científica.








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